Maltrato animal

El maltrato animal, el maltrato entre humanos, la desigualdad, la violencia... Todos son enemigos de este portal. Con este artículo intentamos combatirlas un poco y dar un toque de atención a los sujetos activos del maltrato.

Peleas de perros, carreras de galgos, mascotas “peluche”, matrimonios dañinos, terrorismo económico, pobreza, hambre, desigualdad, violencia de género, violencia general, violencia machista, violencia hembrista, guerra, terrorismo medioambiental… ¿qué estamos haciendo?, ¿qué nos estamos haciendo? y lo peor: ¿qué les estamos haciendo?

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Parece que, en la cultura que vivimos inmersos, el maltrato es un planeta lejano al que solo llegan unos pocos pasajeros extraviados del camino global y del que el hombre de a pie se libra por definición, pero eso está más lejos de la realidad que el mismo Júpiter, maltrato significa tratar mal.

Hay dos caminos para llegar a tratar mal tanto a un amigo, un padre, un marido, una esposa, una novia, un animal, un turista, como a un elfo o a un caballito de mar: la ignorancia es uno y la maldad el otro.

Es la maldad, de la que se nutre la conducta de los “humanos” que maltratan, la que hoy y siempre me pone los pelos de punta, esto cuenta Fermín Martín, presidente de la sociedad protectora de animales “Scooby”, en las páginas de El País:

“Algunos galgueros se apiadan un poco del animal, lo sostienen como a un bebé y de repente le quitan los brazos para que caiga de golpe con todo su peso. Así se les parten las vértebras y el sufrimiento es menor. A esos perros, con los meses de estar colgados, el cuerpo se les desprende de la cabeza y caen al suelo. Pero hay otros que dejan al animal con las patas traseras apoyadas en la tierra. Y así se pueden llevar los pobres hasta dos horas y media agonizando. Otros, los más crueles, lo dejan atado al árbol hasta que muere de hambre y de sed”.

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Me imagino que  el ente que recorre el pinar, por la noche, dando el último paseo a su máquina, a su instrumento de hacer fortuna, a su caduco vasallo; es el mismo que anda convencido de que todo lo que haga para ganarse “el pan” es lícito.

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Como convencido de que el humano está en lo alto de la cadena alimenticia para poder hacer todo lo que se le ocurra, no es sensible a ese último suspiro que escucha cuando se da media vuelta después de cometer su acto atroz cotidiano, tampoco lo es a su última mirada, ni al hecho de que no vaya a volver a ver al ser vivo al que en otros momentos le ha gritado de codiciosa alegría cuando le ha hecho ganar dinero.

Tampoco parece que le rompa el alma saber que va a acabar con una vida, con unos deseos, con algo noble, con una historia, con un compañero y con unas ganas de vivir, y todo esto se lo debe, entre otras cosas, a la capacidad para cosificar que tenemos los seres humanos.

No está aniquilando a un perro, ni a un ser vivo; si no a un objeto reemplazable que ya no le servía, ya no le servía, y no servir al fin de otro humano es lo que te hace tener más papeletas para sufrir de un trato malo, para ser maltratado o para que te traten mal.

Nuestra ”tercera edad” cuando ve recortada hasta su dentadura postiza puede dar buena cuenta de ello, nuestra maltrecha política de Servicios Sociales, maltrecha por el alegato en contra de que ”no es sostenible” (no sirve) con el que queda indefensa ante la mirada de todos los espectadores, también te podría hablar de maltrato.

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El mismo tren que le quitan a unos aldeanos, porque ya no vale la pena mantenerlo…Desde cosas a seres vivos, todo es utilizable en este planeta., unas veces en relaciones simétricas, voluntarias, equilibradas y sanas, y otras en vergonzosa barbarie alimentada por la desigualdad y la poca capacidad de defenderse de una de las partes.

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Pero no quiero acabar este artículo de reflexión sin una conclusión un tanto distinta a lo que nos dice el sentido común, y es que quiero afirmar que el que maltrata acaba siendo la última víctima de su propia fechoría, el que maltrata no vive, no es capaz de mirar a unos ojos y sentir ese pecho inflarse de alegría, como un globo de helio que te lleva a tocar las estrellas.

No siente, no percibe, no da cuenta de la vida del otro, de lo que le intenta dar, del amor, de cómo se inclina una flor para recibir la luz, de la vida misma… Vive en un mundo más pequeño, rodeado por una esfera de conciencia tan ínfima que se acaba convirtiendo en la prisión de su oscuro espíritu.

Por todo: “cuidado depredador de no acabar con tu propia vida”.

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